Como cada lunes, ayer me levanté con todas las ganas, ¿cómo no empezar el día con una sonrisa cuando me despiertan los ruiditos de Luis Alejandro, mi bebé de 7 meses, que está todavía en su cuna en el cuarto siguiente al de mi esposo y mío,  jugando con sus manitas?

Así empezamos, y dale a la rutina, a darle el biberón y cambiarle el pañal, arreglarme yo, hacer lonche para mi esposo y para mí y checar que todo vaya en la pañalera, ir a dejarlo con mi mamá (mi ángel en esta Tierra), y a la oficina. Entre el café y el trabajo, me dí un chance para actualizar el blog. Comí en casa de mis abuelitos con mi mamá y un primo, una sopa poblana deliciosa que hizo mi madre. Hasta me pude quedar buen rato con mi abuelito, de 96 años, que no platica mucho, pero me alegra el sólo estar con él. Le dí otro biberón a Luisito.

Más tarde fui a mi casa (que está a la vuelta de la casa de mi abuelito, así que me voy caminando y paseando a la criatura en la carreola). Puse la lavadora, lavé trastes y barrí la casa.

Fui a jugar fútbol, me acompañó mi esposo y me apoyó cuidando al bebé mientras yo jugaba. En el medio tiempo le cambié el pañal. Ganamos el partido. Pasamos por la cena que había encargadado, me tocaba el lunesitos con mis amigas en la casa, cenamos lasagna y ensalada. Se fueron mis amigas, otra vez lavé trastes y recogí la cocina. Alisté la pañalera para hoy. Puse la ropa en la secadora y jugué un minuto con mi perra. Me bañé y me puse la pijama. Le dí el último biberón del día al bebé. Mi esposo y yo platicamos un rato, hice una oración rápida y después me dormí.

¿Por qué mi emoción por compartirte mi día? ¿Hice algo nuevo, especial o asombroso? No.

La Madre Teresa de Calcuta dijo: «No podemos hacer grandes cosas, sólo pequeñas cosas con gran amor.» Ayer simplemente fue para mí uno de esos días en los que te preguntas ¡wow!, ¿qué hice para merecerme tanto?

Me siento enormemente bendecida y agradecida por la capacidad de apreciar las maravillas de la vida y no darlas por hecho. Doy gracias por mi vida, por la salud, por mi familia, por la bendición de ser esposa de un hombre maravilloso y mamá de un niño sano; por los pañales desechables, por mis amigas cercanas y no tan cercanas, porque tengo trabajo y porque puedo escribir este blog, porque no sólo tengo algo qué comer todos los días sino que además cumplo mis antojos, porque puedo correr, porque tengo fuerza para hacer el quehacer de la casa (también por la lavadora y la secadora), porque tengo agua caliente para bañarme y una cama grande para descansar todas las noches. Y doy gracias por ti que me estás leyendo.

¿MI PUNTO?

Tú también eres muy afortunado. Y cuando lo dudes sólo tienes que poner atención en un día «normal» para apreciar la cantidad de personas y cosas maravillosas en tu vida.

¿CÓMO HACES UN DÍA EXTROADINARIO?

Un día normal se vuelve extraordinario con sólo cambiar tu actitud. Si tienes problemas y conoces la solución, arréglalos. Si no la tienen, deja de preocuparte por lo que no depende de tí. Escoge enfocarte en lo positivo. Decide ser feliz. Enfócate menos en la oscuridad y más en cada amanecer que puedes ver. La felicidad jamás estará en el éxito profesional, en una fiesta, un viaje o en tu cuenta bancaria; esa es alegría, y es temporal. La paz, la felicidad verdadera, está en ti. Está en disfrutar cada momento. Está en vivir, tratando  de hacer cada pequeña cosa ordinaria con amor, de manera extraordinaria. Abre los ojos. Despierta a la vida.

Y siempre pa´delante!

– Marcia Benavides